Ángel Castro
Ángel Castro, joven poeta salvadoreño de quince años, nos sorprende con Con flores cuido tu ausencia, su primer libro, escrito como un regalo íntimo para su familia y como una declaración temprana de su vocación literaria. Aunque sueña con ser ingeniero civil como su padre, Ángel ya demuestra una sensibilidad profunda y una voz poética que aborda el amor, la injusticia social y la nostalgia con madurez y belleza. Esta obra marca el inicio de un camino creativo que merece ser acompañado y celebrado.
AGOSTO 2025POESÍA Y NARRATIVA AGOSTO 2025
Coordinación y Diseño: Elizabeth Sicilia
8/28/20253 min read


Algo sobre mí.
Ángel Castro (San Salvador, 19 de mayo de 2010) estudia noveno grado de Educación Básica en el complejo educativo católico El Carmelo de Soyapango (departamento de San Salvador). De mayor quiere ser, siguiendo los pasos de su padre, ingeniero civil, aunque ahora mismo está dispuesto a no abandonar su vocación por la poesía, una forma de expresión para la que tiene un talento precoz. Su primer libro, Con flores cuido tu ausencia, se publica como un regalo especial para sus padres y su hermano, quienes apoyan con mucho orgullo su talento. Así, también es un regalo especial de sus padres ahora que cumple quince años. Demos la bienvenida a un nuevo poeta y disfrutemos su opera prima.
Hoy me pregunté si cumplirás la promesa
de ver juntos la luna y las estrellas,
de explorar la belleza oculta en los planetas.
Mi corazón, que padeció los cuchillos de tu amor
y el filo de tus palabras hechas cartas,
llora mucho y tan poco en tus recuerdos.
Pero mi corazón ya no es un corazón,
sino un cántaro roto que gotea agua amarga,
que perdió su esencia y me hizo presa
de un cariño abandonado entre escombros.
Tantas guerras ocurrían en mí,
guerras sin armas, luchas sin sangre:
la guerra de las sombras del armario,
la guerra de las voces en campo árido.
Y por esas guerras no pude ofrecerte
las palabras de cariño que no te dije nunca,
las historias de amor que intentaba verter
en tu alma cristalina.
Y entre todos los escombros
de tus promesas rotas y vacías,
se alza la soledad,
como única bandera.
Altas montañas se levantan en horas tempranas,
colinas de cuyos ojos nace agua negra,
negra sangre mineral arrebatada con violencia
de sus entrañas.
La pobreza azota los barrios, las casas, las calles.
Un padre sufre en el lago recién creado
por la extracción masiva de sus rocas.
Pregunta cómo alimentar a sus niños,
siete bocas que aún están en edad de crianza.
Sufren la tierra empobrecida
y el hombre denigrado
los abusos del hombre enfermo de espejos,
su obscena avaricia.
Sufren los desposeídos
en su desesperada carrera
el terror de la muerte dispersa en sus manos,
el veneno oscuro en sus venas de cobalto.
Atada al dolor por milenios,
sufre más la tierra.
El zacate dejó de brotar en las casas
y las praderas se volvieron un desierto.
Veo desde lejos
las casas de colores que llenaban mi vida,
donde sonreía sin importar el clima
y el viento soplaba mis mejillas.
Mientras veía un torogoz en mi ventana,
admiraba la libertad de sus colores
y quería volar con él por otros rumbos.
Pero viajé a un lugar donde me abrazó el tiempo
como único compañero.
Y me fueron creciendo prejuicios,
a limitar mis acciones,
y hoy me pregunto si esa brisa cambió tanto
o si solo es distinta mi forma de percibirla.
Si vuelvo a sentir sus colores,
y si la misma luna brilla otra vez en mi ventana,
se llenarán de agua amarga mis ojos
mientras la brisa sopla en mis mejillas.





