El impacto del arte como espectáculo en la conciencia social contemporánea
En esta edición de Revista Cinco SV, Elizabeth Sicilia nos invita a reflexionar sobre el papel del arte en una era dominada por la visibilidad y el espectáculo. A través de un análisis filosófico, antropológico y sociológico, y con el pensamiento crítico de Theodor Adorno como hilo conductor, el artículo cuestiona cómo la fama transforma al arte en mercancía y al artista en producto. ¿Puede el arte conservar su capacidad de despertar conciencias en medio de algoritmos y métricas? Esta lectura es una provocación lúcida para quienes creen que el arte aún puede resistir, revelar y transformar.
ARTÍCULOS Y EDITORIALESAGOSTO 2025
Elizabeth Sicilia
8/27/20253 min read


El impacto del arte como espectáculo en la conciencia social contemporánea
Por Elizabeth Sicilia
El arte como espejo y narcótico
En tiempos de hiperconectividad, el arte ha dejado de ser únicamente una expresión íntima o colectiva para convertirse en un producto de consumo masivo. La fama, ese fulgor que promete visibilidad y trascendencia, se ha vuelto moneda de cambio en el mercado cultural.
Guy Debord lo anticipó en La sociedad del espectáculo: “Todo lo que alguna vez fue vivido directamente se ha convertido en una representación.” Hoy, el arte no solo representa: compite por atención, por algoritmos, por likes. Y en ese proceso, su capacidad de despertar conciencias puede ser sustituida por su habilidad de entretener.
La pregunta que nos convoca: ¿qué sucede con la conciencia social cuando el arte se convierte en espectáculo?
Visibilidad vs. profundidad
• Según la UNESCO (2023), más del 70% del contenido artístico consumido globalmente proviene de plataformas digitales que priorizan la viralidad sobre la calidad.
• En América Latina, solo el 12% de los artistas visuales logra vivir exclusivamente de su obra.
• Art Basel reveló que el 80% de las obras vendidas internacionalmente provienen de menos del 10% de artistas con fuerte presencia en redes sociales.
El algoritmo premia lo que se comparte, no lo que transforma. Esta concentración de visibilidad no garantiza profundidad ni valor cultural. El arte corre el riesgo de perder su capacidad de incidir en la conciencia colectiva.
¿Puede el arte conservar su alma?
La fama puede entenderse como una forma de alienación. El artista, en busca de reconocimiento, se distancia de su propia verdad. Heidegger hablaba del “ser-en-el-mundo” como autenticidad; pero ¿puede el creador ser auténtico cuando su obra está mediada por métricas externas?
Theodor Adorno, en su crítica a la industria cultural, advierte que el arte, al convertirse en mercancía, pierde su autonomía y se somete a las lógicas del mercado. “El arte sobrevive solo mediante su fuerza de resistencia ante la sociedad”, escribió, “pero si no se cosifica se convierte también en mercancía.”
La fama convierte al creador en espectáculo y al espectador en consumidor. Lo que se sacrifica es la posibilidad de que el arte sea revelación, resistencia, comunión.
El arte como ritual social
Desde las pinturas rupestres hasta los carnavales contemporáneos, el arte ha sido ritual, memoria, identidad. Pero en la sociedad del espectáculo, ese ritual se fragmenta. El arte ya no se comparte en comunidad, sino que se consume en soledad, en pantallas, en scrolls infinitos.
La fama global homogeneiza los lenguajes. El arte local, con sus matices y resistencias, corre el riesgo de ser absorbido por estéticas dominantes. ¿Qué sucede cuando el mural de una comunidad se convierte en fondo para selfies, sin contexto ni historia?
Este desarraigo cultural debilita el impacto del arte como transmisor de pertenencia y conciencia.
El arte como herramienta de poder
El arte puede ser instrumento de emancipación o de adormecimiento. En regímenes autoritarios, se censura; en democracias de mercado, se trivializa.
Adorno y Horkheimer denunciaron que la industria cultural produce entretenimiento y conformismo. El arte sometido al espectáculo pierde su capacidad crítica y se convierte en mecanismo de reproducción ideológica. La fama puede legitimar discursos, crear ídolos que distraen, convertir la crítica en espectáculo.
Pero también puede ser subvertida. El arte viral puede contener semillas de disidencia, si el contenido logra atravesar la forma. ¿Despierta o adormece? Esa es la pregunta que define su impacto.
¿Qué hacemos con la fama?
La fama no es enemiga del arte, pero sí puede ser su verdugo. Lo que se sacrifica cuando el arte se vuelve espectáculo es su poder transformador. Pero también puede ser una oportunidad: si el artista logra habitar la fama sin perderse en ella, puede convertirla en herramienta de revelación.
Adorno nos recuerda que la autonomía del arte es su única defensa frente a la mercantilización. Que la fama no sea el fin, sino el medio para que más personas despierten ante los hechos, ante la belleza, ante la verdad.
Porque solo así el arte conservará su impacto en la conciencia social contemporánea.
Sobre la autora:
Elizabeth Sicilia es periodista, poeta, artista visual y actriz de teatro. Su obra y gestión cultural se entrelazan en una práctica que desafía los límites entre lo operativo y lo poético. Como directora de Revista Cinco SV, ha construido una plataforma editorial que celebra el arte iberoamericano, amplifica voces marginadas y transforma la producción cultural en una experiencia comunitaria.