POESÍA ESCRITA CON UNA LÍNEA DE SANGRE [YUKIO MISHIMA: VIDA, ACCIÓN Y COSMOVISIÓN]
En “Poesía escrita con una línea de sangre”, el escritor Julio Orellana nos sumerge en la figura compleja y fascinante de Yukio Mishima, el último samurái de la era moderna. A través de un análisis profundo de su obra y su acto final de seppuku, el artículo revela cómo Mishima convirtió su vida en una síntesis entre arte y acción, denunciando la pérdida del alma japonesa frente al avance del capitalismo y la cultura occidental. Más que ideología, lo que emerge es una cosmovisión radical que busca restaurar el eje espiritual de una civilización milenaria. Un texto que interpela, incomoda y deslumbra por su fuerza poética y su mirada crítica.
ARTÍCULOS Y EDITORIALESAGOSTO 2025
Julio Orellana
8/25/20257 min read


El 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima, el último samurái de la era moderna llevó hasta las últimas consecuencias la acción final que significaría el canto de cisne japonés de una ancestral civilización, que ya finalmente lograba escribir la última página de su historia. El seppuku, o la muerte ritual de los samuráis, empleado por Mishima con la ayuda de sus seguidores más fieles de la Sociedad del Escudo, terminó de sellar o de reafirmar —probablemente— ciertas lecturas sobre quién era Mishima y cuál era su “programa político” ante el acto de tratar de convencer a un puñado de soldados de revelarse contra el Japón capitalista y regresar al verdadero espíritu japonés.
Fácilmente, se puede decir que a Mishima se le ha calificado de fascista y de estar parado en la extrema derecha debido a sus asociaciones con la milicia y sus claras posiciones de regresar al Japón a su era imperial. Como sucede con todos los artistas polémicos, la gente se contenta con hechos y etiquetas superficiales para terminar de encajar o reducir a alguien que es muy difícil de contener o medir. Con Mishima, todo el aparataje que llevaba dentro de sí era un poco más complicado. Para entenderlo un poquito mejor, de la forma más genuina posible, nos vemos obligados a recorrer la historia moderna de Japón.
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Con la llegada de la Restauración Meiji, en 1868, Japón entró en su fase de occidentalización, con la cual el Japón feudal gobernado por los shogunatos, y, por consiguiente, los samuráis, llegaba a su fin. El poder regresaba a las manos del Emperador, en este caso, el Emperador Meiji. Con esto, una civilización antiquísima, aislada, cambiaría sus formas de entender el mundo gracias a la industrialización y el comercio forzado con los imperios europeos y, por supuesto, con los Estados Unidos. Para terminar de rematar cualquier intento de los samuráis por recuperar el poder, el nuevo Japón impuso las famosas leyes que prohibían el uso de espadas en la vida pública. Para un samurái, esto significaba anular su misma existencia. La espada no solo significaba ‘‘un arma más’’, también significaba el alma misma del guerrero que expresaba la violencia más sublime que los dioses podían concebir al hombre. En otras palabras, había un lazo trascendental, sagrado, entre el samurái, su arma y los dioses. En Caballos Desbocados, Mishima nos literaturiza el ocaso de los samuráis con la historia de la Liga del Viento Divino, en donde un grupo de samuráis elabora el máximo plan de cortar las cabezas de personas claves dentro del gobierno Meiji. Pero, así como el resultado en la historia oficial fue la derrota, el mismo destino nos contaría Mishima en la historia de sus samuráis. Como principal consecuencia, la existencia del samurái como clase social llegó a su fin. Sin embargo, esto también significaría que lo que fue Japón por tantos milenios, toda una cosmovisión, sería dejado atrás por la acelerada industrialización que no iba a parar sin importar quien estuviera en su camino. Con el pasar de las décadas y la entrada al siglo XX, quien gobernaba y dirigía el destino de Japón ya no solo corría por parte del Emperador, del primer ministro y cualquier poder legislativo. Aquí había entrado un nuevo jugador: el capitalista y, más concretamente, el Zaitbasu.
Mishima carga con este conocimiento, con esa consciencia a la largo de su obra, de encontrarse con un país que se ha vendido ante la cultura occidental y ante el capitalismo; donde el Emperador ya no “irradia”, ya no “sonríe” como menciona Isao Iinuma en diferentes momentos en Caballos Desbocados. Lo que nos dice Mishima es que el Emperador ya no irradia la divinidad, ya no representa esa atemporal línea de sucesión de la diosa Amaterasu. Este clamor se eleva incluso a crítica hacia el Emperador en su relato Las voces de los héroes caídos, en donde resalta la futilidad de todos esos kamikazes que murieron en el momento que el emperador renunciara a su condición de divinidad, para volverse mortal, uno más del resto. De acuerdo con la autora Marguerite Yourcenar en su libro Mishima o la visión del vacío, este texto causó indignación tanto en la izquierda como en la extrema derecha.
¿Por qué el emperador se ha convertido en hombre?
Este es la pregunta que uno de los espíritus proclamara en el relato y de seguro es la queja que Mishima mismo hace saber hacia el Emperador Hirohito. Como sabemos, la renuncia divina del Emperador fue uno de los requisitos de los Estados Unidos como parte fundamental para el proceso de democratización del país.
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Después de 1945, el país entero se encarriló en un sendero que no ofrecía ningún camino de regreso. Siguiendo la estela de su antiguo enemigo, los Estados Unidos, la industrialización y el acelerado crecimiento económico del país terminaron por configurar un país hecho a la medida de los gustos del hombre occidental: largos rascacielos, trenes a toda velocidad, automóviles desplazándose en eternas carreteras fueron la marca incuestionable de este proceso. Sin embargo, esto ya era el final de un largo proceso que venía desde la Restauración Meiji. Mishima, en su tetralogía de El mar de la fertilidad, nos da a entender que todo esto no se hubiera dado sin la aceptación de los mismos japoneses, sobre todo de la clase alta-aristocrática y la renuncia a toda identidad japonesa. En Nieve de primavera, Mishima aprovecha cada momento que puede para resaltar cómo las costumbres de estas familias millonarias, nobles, son regidas por las prácticas culturales inglesas y francesas. A inicios del siglo XX, la era victoriana logró colarse un poco en el día a día de sus vidas con sus valores: la superficialidad, el materialismo y la usura.
Si los enemigos son la clase alta, burguesa y capitalista, Mishima no duda nunca de proclamar hacia quienes va dirigido el filo de su espada. Como reflexiona muy bien Marguerite Yourcenar sobre este tema en Caballo desbocados:
Los humildes y los oprimidos suelen ser en el Japón el «gran designio» de los idealistas afligidos por la situación del mundo, aunque para realizarla haya que enfrentarse con el propio «establecimiento» imperial. Isao, contemplando un sombrío sol poniente, murmura a sus compañeros: «El rostro de Su Majestad está visible en el sol poniente. Y el rostro de Su Majestad está turbado…». Este legitimista es de derecha por su fidelidad al Emperador, y de izquierda por su simpatía a los campesinos oprimidos y hambrientos. En la cárcel se avergüenza de ser mejor tratado que los comunistas, que son molidos a golpes.
La gloria de Japón, la fortaleza y la energía radiante de este legendario imperio, yacía simplemente en que el alma japonesa girara en torno de un centro, un axis mundis, que colocara a cada uno en armonía con la tierra y el universo. Eso representaba el sol bajo la encarnación del Emperador. El problema con que se topó Mishima fue que ese centro ya no existía, el Emperador ya no era ningún descendiente de Amaterasu, los espacios sagrados fueron relegados por la atracción desenfrenada de un estilo de vida sostenido en el consumismo más omnímodo.
Un hombre siempre está lleno de matices y en el caso de un artista, los matices se multiplican hasta la infinidad. Su visión le permite acoplar diferentes situaciones, sensibilidades e ideas para poder crear una imagen nueva con una fuerza que puede arrastrar a muchas personas. En la película de Paul Schrader, Mishima: una vida en cuatro capítulos (1985), el personaje de Isao linuma dice, en la siguiente línea, la acción que terminaría de dar nacimiento a lo que Mishima buscaba dejar en el mundo:
La total pureza del mundo es posible si conviertes tu vida en una poesía escrita con una línea de sangre.
Creo que más que hablar de una ideología (palabra nefasta nacida de la modernidad), con Mishima resulta más acertado hablar de una cosmovisión del Japón —muy concreta— que se proyecta, tanto en su obra artística, como en una búsqueda de la acción por medio de la integración del viejo código samurái dentro de su vida. Este es el famoso equilibrio de la pluma y la espada que muchas veces él menciona.
Existe una pequeña conversación que se puede encontrar en YouTube donde él habla sobre cómo el ser humano tiene la necesidad de vivir y morir por alguien más o por algo más; que eventualmente nos cansamos de vivir y morir solo por nosotros mismos porque no somos lo suficientemente fuertes ya que solíamos tener ideales. Sin embargo, en la era de los gobiernos democráticos, estos no necesitan de causas para poder funcionar. Sin decirlo directamente, Mishima puntualiza el hedonismo nihilista en que el mundo entero se encontraba sumergido y que aún sigue ahí hasta estos días. En el fondo, ese es el enemigo de Mishima.
Ese 25 de noviembre de 1970, Mishima, un artista apolíneo, solar, como ningún otro, buscó llevar hasta el final todo en lo que creía. Ser consecuente con sus creencias y no retractarse ante lo que pueda decir el mundo. Tal vez por ello es que su figura, su pensamiento y su arte siguen siendo de fascinación e impacto en estos días; porque nos ha enseñado a través de su muerte una vida auténtica, no performativa, de lo que implica recorrer el sendero del héroe, aquel que busca morir por algo más que uno mismo. Algo que, no está de más decir, es objeto de burla y chistes en la era que vivimos. Incomprendido y despreciado como el Quijote, Mishima vio en ese acto la única forma en que podía unir la espada y la pluma, el arte y la acción; mundos lejanos que solo necesitaban de una visión iluminadora y sensible para unirse en un derramamiento de sangre que escribiría la muerte de Yukio Mishima como algo terrible, pero poético a la vez.
Julio Orellana (San Salvador - El Salvador, 1994). Graduado de comunicación social por Universidad Centroamericana (UCA). Guionista, narrador y copywritter. Ha publicado algunos de sus cuentos en revistas locales, como por ejemplo en ‘‘Café Irlandés’’ y Revista Cinco sv.
POESÍA ESCRITA CON UNA LÍNEA DE SANGRE
[YUKIO MISHIMA: VIDA, ACCIÓN Y COSMOVISIÓN]