Una zanahoria en la 29-F
En Una zanahoria en la 29-F, Alejandra Valle nos sumerge en una crónica íntima de amor, pérdida y memoria, donde los recorridos urbanos se entrelazan con los trayectos emocionales. A través de una voz poética y nostálgica, el cuento evoca la persistencia del deseo en medio de la rutina, los buses compartidos y las despedidas silenciosas. La autora convierte la terminal de transporte en un escenario de reencuentros imposibles, donde el idioma ruso, el pelo naranja y una mirada fugaz condensan años de ausencia. Un relato que nos recuerda que el amor, incluso cuando se ha ido, sigue tomando la misma ruta.
SEPTIEMBRE 2025NARRATIVAPOESÍA Y NARRATIVA SEPTIEMBRE 2025
Diseño y coordinación: Elizabeth Sicilia
9/24/20255 min read


Algo sobre mí.
Alejandra Valle (1997). Licenciada en Administración Escolar, docente de lengua y literatura, lectora. Escritora y bordadora por herencia maternal. Es cofundadora y tallerista de «La sociedad de la aguja», colectivo de talleres de bordado, crochet y bisutería. Colaboradora con intervención bordada con poemas de «El libro del carnero» y «Revolver» del escritor salvadoreño Josué Andrés Moz.
Una zanahoria en la 29-F
Para Salvador L.
Cuando alguien decide irse no se puede desconocer tán rápido, por ejemplo, sé que si son las seis de la tarde, el bus que él toma ya ha salido, por lo que es muy poco probable que me lo encuentre, y contrario a todo lo que pueda parecer, no pienso en eso siempre, solo aveces cuando me despierto en la nostalgia o cuando me siento como una flor azul, que es casi lo mismo.
Para regresar a casa después de todos mis jelengues o asuntos profesionales puedo tomar diversas opciones de rutas de buses, todas ellas del número 29, pero solamente en los siguientes recorridos: 29-C1, 29-C2, 29-D, 29-E, 29-F, 29-G y 29-H. Todos pasan por mi colonia antes de bifurcarse a sus respectivas rutas de propiedad.
Este año él cumple veintinueve.
Y yo cumplo veintiocho.
No teníamos ni por cerca un punto de encuentro en la ciudad que nos hubiera unido de casualidad debido a nuestros tiempos y carreras. Llegamos a nosotros por amigos en común y ahí nos dimos cuenta que en realidad estábamos bien cerca, pero siempre nos mirábamos de espaldas, a lo lejos, de formas empañadas y otras maneras borrosas.
Todavía tiemblo si me acuerdo de él, porque esto que contempla mi corazón no termina por morirse, porque moriría yo misma. No sé si él ahora acepta y recibe el amor que solo me permitió darle al principio de nuestro tiempo. Reconozco que si hay otra que puede amarlo sin tanta intensidad, como él de un día para otro quiso que yo lo hiciera, sentiría pena y envidia; porque alguien lo ama justo como él quiere, sin tanto tacto, sin tanto tanto y me lamentaría porque nadie me ha amado a mí como yo he querido. Aunque todos son así al principio.
Después de la ruptura nuestros caminos nunca se volvieron a cruzar solo porque dejé de procurarlos pues entendí que la fe era agonía. Por ello me di cuenta que realmente era definitivo porque este país es muy pequeño y a pesar de que había redes, las mismas que nos mantuvieron demasiado lejos y tan cerca esa vez cuando lo conocí, no cedían ante mi insistencia de querer volver a verlo, y por muchas otras razones más no habría de suceder. Ahora el único punto en común que seguimos teniendo (y el que no puedo controlar) es la nueva terminal de buses, en donde él toma el bus para ir a su casa madre y para llegar a ella, él puede tomar varias rutas de buses y entre todas ellas están las mías. ¿Qué probabilidad hay?
En esa terminal nos despedimos muchas veces, pero también nos encontramos y emprendimos viajes juntos con destino a su casa madre. La terminal fue el punto de encuentro, pero al mismo tiempo siempre fue el punto de desembarco. Maldita sea la 112, Sensuntepeque, Cabañas, que no existe, pero aún así veo esos buses pasar por la carretera y sigo anhelando subirme para encontrarlo e irnos juntos, pero no tengo nada, no me espera nadie. ¿Cómo escapó de él si mi país es su nombre? ¿Cómo él no me llama, no me abraza, ni siquiera me sostiene si mi país es su nombre?
Él estaba aprendiendo ruso. Tenía una fascinación por La Unión Soviética. Quizás porque tenía pensamientos recurrentes sobre el socialismo, el comunismo, el brutalismo soviético, la música, la papa, los ambientes y escenarios decadentes y fríos, igual que en latinoamérica, pero de otro modo, verdad…y porque le gustaba estudiar historia, pero de toda ella tenía un hiperfoco con este Estado, por eso a veces me decía al azar palabras en ruso y cuando me pinté el pelo de naranja comenzó a llamarme: маленькая морковка. Yo era su pequeña zanahoria, aunque yo midiera casi un metro ochenta. Y sí, parecía un hombre soviético, era grande, blanco, peludo y tenía esa complexión de oso, hacía y pagaba todo. Me decía palabras hermosas y mis oídos escuchaban como su voz cambiaba cuando practicaba ruso, era otra persona, otro acento, otra voz. Yo lo amo(ba).
A pesar de mi decisión de no procurarlo, siempre quise volver a verlo y compartir cualquier ruta 29 rumbo a mi casa, aunque fuéramos asándonos de calor en los buses, aunque fuéramos de pie y viéramos reflejadas en la ventana nuestras figuras cansadas y deformes. Me contemplo en silencio y con mucha vergüenza porque tengo la audacia de elegir y volver a vivirlo todo. ¡Qué testaruda! Puedo aceptar todo aunque signifique que el dolor de la distancia regrese y no me deje dormir por quien sabe cuantas noches. Es de humanos reconocer la terquedad e ignorarla.
De regreso a casa, tomé desde el centro la 29-F. Me senté junto a la ventana y no sé porque no opté por dormirme a pesar de que estaba cansada. En el semáforo que está antes de llegar a la terminal, un bus como cualquier otro quedó a la misma altura que el mío. Mis ojos pensaron que vieron un nacimiento y un deceso al mismo tiempo, una muerte que tenía años y meses, una imagen que yo misma había velado con mis infinitas letanías. La figura, una masa humana con corazón, con alma y con manos… Yo reconocí esos ojos, esos labios, esa nariz y esos dientes, porque conformaron una corporalidad que ya yo conocía demasiado bien. A través de las ventanas lo vi y él me miró como si yo fuera un descubrimiento que había sido dado por sentado. Un momento de eureka. Antes de que el semáforo cambiara, intercepté que sus labios se movían.
—маленькая морковка, feliz cumpleaños— Mis oídos no lo escucharon, pero mi corazón quedó sordo y mi estómago por un momento sintió que un vacío lo había golpeado. ¡Cuánto pesaba la ausencia! A pesar de todo, descifré las palabras y resonaron con tal fuerza que me reconocí como otra, en otro estado, como si hubiera viajado en el tiempo…como si me hubieran vuelto a bautizar.

